¿El fútbol se llevó otra vida?
No, señores, el fútbol no se llevó
nada. No nos confundamos: los arcos no alquilan carnets, las camisetas no
transan con los empresarios ni negocian con los violentos, los goles no
destrozan butacas, la pelota… la pelota no dispara.
El problema no es el fútbol, sino
el circo que lo rodea.
Hace mucho tiempo que en la Argentina cada estadio
es un Coliseo Romano. Cada campo de juego es un campo de batalla y en su arena
se disputan la vida los gladiadores, que despiertan la furia de los
espectadores (Senadores, Dirigentes y Emperadores siempre bien ubicados, junto
al campo de juego, y los estratos inferiores de la sociedad bien arriba, en las
gradas). En este contexto, las fieras entran rabiosas al campo de batalla
dispuestas a dar su vida por el placer y el espectáculo del pueblo.
El espectáculo está en la TV y en todo su aparato
mediático, que se alimenta de tragedias para enarbolar su maquiavélico discurso.
El fútbol no se lleva vidas; el
negocio que lo rodea, sí. Los estímulos son de salvación o tragedia, de vida o
muerte. Descender es igual a morir, a dejar de existir, a esa maldita idea de
“ya no ser” o “pertenecer”. En esta lógica de mercado creada durante décadas,
no hay espacio para la reflexión, para la conciencia de valores.
Ya no sabemos qué es lo
importante. No existe la idea de juego ni de deporte. Todos cantamos: “Vamo´a
matar un bostero, una gallina y un botón”. Y los rivales cantan lo mismo, y los
policías matan cuando pueden, y los hinchas roban camisetas y corren y matan
porque “se la bancan”. Y así, de a poco, nos matamos entre todos. Y matamos al
fútbol. Y cínicamente decimos y titulamos, sin siquiera pensar en nuestras
responsabilidades, que el fútbol se llevó otra vida.
No, señores, el fútbol no se
llevó nada. A lo sumo todos nosotros (hinchas, dirigentes, políticos, ciudadanos,
medios de comunicación, policías), hablando en nombre de un deporte que nada
tiene de malo, estamos matando al fútbol.
Un héroe del fútbol beatificado por
el pueblo dijo una vez, entre lágrimas, que la pelota no se mancha. Es una gran
pena tener que afirmar lo contrario: que en esta Nueva Roma que nos toca
habitar, la que se mancha, siempre, es la ovalada.
Iván Salomonoff
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