viernes, 3 de julio de 2009

Deportes. Fútbol en el Siglo XXI

Gripe "F"



El fútbol enfermó de a poco. Primero dejó de ser un juego, luego un deporte. Las transferencias multimillonarias, la irrupción de los sponsors, los intermediarios, los gerenciadores, las transmisiones televisivas, los contratos publicitarios: todos contribuyeron a la creación de un virus letal que barrió de un plumazo los valores de esta práctica a la que alguna vez Dante Panzeri llamó “la dinámica de lo impensado”. Hoy las prioridades son otras. Ya no existen el amor a la camiseta, la pasión por los colores que se defienden, el respeto hacia los hinchas, los directores técnicos o los propios colegas. Sólo importa alcanzar la fama y convertirse en estrella. En la vorágine actual sólo cabe un resultado: ganar. La derrota es sinónimo de tragedia y no cabe dentro de las posibilidades. La gloria está detrás de un pase a Europa, una botinera, un jugoso contrato publicitario o una entrevista en televisión. Ya no hay vuelta que darle, el show copó la parada. Todo gira en torno a la apariencia: un auto deportivo, una bella dama de compañía, una recorrida por los canales, apariciones en los eventos sociales, canje con las marcas de moda, travesías nocturnas en los boliche top y, claro, un escándalo de grandes dimensiones que permita figurar en los programas de chimentos y las revistas del corazón. En el Siglo XXI el fútbol es la dinámica de lo pautado. Cada vez es menos probable hallar algo que escape a la lógica, algo que rompa con el molde preestablecido, que nos sorprenda. La táctica está al servicio de los objetivos, los cuales, a su vez, giran en torno al éxito como única alternativa.


Un ángel para tu soledad



Huracán es inmune al virus de la banalidad. No destila glamour, respira humildad. Es un ejemplo de recuperación de valores, ética y estética. El equipo de Ángel Cappa rescata la esencia de este deporte. Es hedonista. Su lealtad a una ideología lo ubica por encima de la mediocridad en la que se mueve el ambiente del fútbol. Lejos del exitismo, pensó siempre en jugar para pasarla bien, en reencontrar la alegría, el disfrute. Jugar para divertirse fue (y es) la proclama de este equipo que nada tiene que ver con el marketing ni los escándalos propagandísticos. Este grupo de jugadores y cuerpo técnico plantó bandera y revolucionó el ambiente, contrarrestando con simpleza e hidalguía el vacío que amenazaba con la destrucción total de la idea de un fútbol bello, lúdico. Las estadísticas dirán si fue o no campeón, pero nadie podrá negar que sentó un precedente de esperanza y rebeldía en el devaluado universo del fútbol argentino.

domingo, 28 de junio de 2009

Política. Ruinas circulares.

Fueron las elecciones más faranduleras de la historia. El escenario no fue político, sino mediático. Los estudios de TV fueron el centro de las plataformas. De ahí en más, la política del Showmatch dejó en claro la metamorfosis argentina: ya no hay políticos, hay personajes. La Tinellicracia ganó la pantalla, el rating fue boca de urna y las propuestas pasaron a un segundo o tercer plano. Algo está claro: el argentino no vota por convicción, por partido o ideología. Vota por imagen, simpatía o moda. Pero hay algo más siniestro y aterrador: la mitad de los ciudadanos no supo qué era lo que se votaba. Claro ejemplo de la falsa conciencia política argentina: al ritmo del “que se vayan todos” queremos echar a los mismos senadores y diputados que (¡vaya paradoja!) no sabemos cómo llegaron a ocupar una banca en el Congreso. La ignorancia, siempre, es negocio para el que gobierna. El político destruyó la política y a su vez el interés de un pueblo vapuleado por la mentira.



La dirigencia política argentina se reinventa a sí misma, ofreciendo siempre el mismo discurso, pero con distintos instrumentos. Esta vez fue el turno de las candidaturas testimoniales y el circo mediático. Y la sociedad compró, como compra una imagen propagandística, una promesa de cambio y seguridad, un país de color rosa, un resurgimiento económico o un viaje a la estratosfera que nos permita llegar a Japón en tan solo una hora. Vivimos en una perpetua fantasía, en un sueño de lo que nos gustaría ser. Pero somos lo que podemos, lo que nos ofrecen, lo que solemos consumir. Después de cada elección se habla de un nuevo mapa político, de cómo el partido electo arrebata el poder del que resigna su espacio, de cómo será el panorama de ahora en más; se festeja el triunfo con champagne en algún hotel de Recoleta devenido en búnker, se llenan páginas de diarios, revistas, espacios radiales y bloques de TV; se comenta, se debate, se proyecta, se interroga, se promete, se esperanza. Nos preparamos para lo que viene, como si el mañana fuera a ser distinto al ayer. Creemos. Soñamos con el cambio, sosteniendo la fantasía de que alguien bregará por nuestro futuro. Nos fascina mentirnos. Aunque sepamos que las ruinas, en la Argentina, siempre serán circulares.